Pobreza tipo Hollywood

2008.

Después de escuchar mi historial, el editor que se interesó en mí para que colaborara en su revista no seguía tan convencido de que yo pudiera darle las historias que quería. Él sentía que los temas sociales que yo llevaba en mente no combinaban con las fotos de los modelos que posan junto a autos de lujo, varoniles fragancias y corbatas de moda.

Hubo un silencio incómodo en su oficina.

“Yo quiero historias de pobreza tipo Hollywood. No me interesa publicar sobre los pobres de la esquina, quiero historias como Sierra Leona o el tsunami en Asia”, me explicó exasperado.

Nunca conseguí colaborar en esa revista. Su definición de “pobreza tipo Hollywood”, de primeras, me pareció descarnada y me dio muchas vueltas en la cabeza, pero con el tiempo la agradecí porque sintetizaba lo que muchos editores buscan y no saben explicar.

No pocas veces me he topado con colegas periodistas frustrados porque sus historias sobre barrios marginales repelen a su editor.

Es un tema estigmatizado en las redacciones latinoamericanas.

El caso más extremo que conocí fue el de Marcelo Canellas, un brillante reportero brasileño que durante tres años insistió a sus jefes que lo autorizaran a hacer un reportaje sobre el hambre en Brasil; ellos negaban el permiso porque, le decían, los televidentes están cansados del tema.

El día que su terquedad los venció y accedieron, Canellas hizo un trabajo tan revelador que ganó los principales premios de periodismo nacionales e internacionales.

“Todo tema conocido puede mostrarse como novedoso según la manera cómo lo presentes”, me dijo años después.

Los editores, como la mayoría de los ciudadanos, se acostumbraron a convivir con la pobreza, la piensan como karma y destino, la ven como una condición natural del país y no como anomalía.

Ellos, como muchos lectores, en cuanto se topan con la foto de un niño famélico se blindan y en automático dan vuelta a la página y se dicen “eso ya lo sé”.

En un país como México, donde cinco de cada diez habitantes vive en la pobreza, la necesidad de contar historias sociales no es acuciante, sino ineludible.

¿Por qué? México es la novena economía mundial pero ocupa uno de los primeros lugares en desigualdad en repartición de riquezas; en el país cohabita el hombre más rico del mundo y cinco millones de personas que se van a dormir con el estómago vacío.

Muchas veces me he preguntado por qué, si la desigualdad es un tema central, los medios de comunicación lo tienen proscrito.

Con esa incógnita en mente viajé varios meses por México y Latinoamérica, leí periódicos y revistas, visité redacciones, entrevisté colegas, hablé con editores, charlé con activistas sociales y concluí que los periodistas somos parte del problema

RECETA PARA ESCRIBIR SOBRE POBREZA

¿Quiere escribir sobre pobres? Siga esta infalible receta:

El texto debe arrancar con un niño con la panza hinchada por las lombrices, al que le escurren los mocos por la nariz, está descalzo y lleva una camiseta de mugre. En su defecto, tiene que aparecer una mujer, de preferencia indígena o extranjera, lamentándose a todo pulmón de su desgracia. Entre más drama, mejor.

Le sigue la descripción del pueblo o el barrio donde están ubicados, acompañado de todas sus necesidades. El próximo paso es documentar las carencias con porcentajes (que si el 68% de sus habitantes no tiene luz o el 90% carece de agua) y respaldarlas con los dichos de alguna autoridad –llámese cura, alcalde o trabajadora social—que confirme la pobreza del lugar.

Después de enumerar las múltiples desgracias de esa gente, ensaye las descripciones más escatológicas y reseñe las anécdotas más terribles. Remate con la más triste. Y ya está listo.

Si siguió al pie de la letra las instrucciones, felicidades, seguramente provocó el llanto de algún lector.

Esta recete que compartí es la estructura que he encontrado en la mayoría de los textos que he leído sobre el tema.

Los reportajes son miopes: describen una sola comunidad y no la región en conjunto; agotan una anécdota sin contextualizarla, sin meterla a escala para dimensionarla. No abordan el tema como fenómeno social, todo se queda en una desgracia individual.

Esa miopía desvincula las decisiones políticas o económicas que desgraciaron a comunidades o regiones enteras y acentúa en el lector la idea de que la pobreza no tiene causa, lógica o solución. En vez de informar, desinforma.

LOS AUTOGOLES DE LOS PERIODISTAS

“Los chicos de la calle son cada día más numerosos y violentos. Forman las divisiones inferiores de la delincuencia. Mendigan, roban, trafican drogas y se prostituyen, regenteados por mayores”(fragmento de reportaje)

“Algunos locos. Casi todos alcohólicos. Otros, con problemas de adaptación. Otros, simplemente, pobrísimos (…) Los `sin techo’ o `deambulantes crónicos’ son aquellos a los que en algún momento de su vida, y sin que nadie sepa por qué, se les produjo un click interior y deciden cambiar de vida”(fragmento de reportaje)

“Nomás nos queda ir al cielo, señor, para que se acabe tanto sufrir, tanto penar, tanto dolor”(fragmento de reportaje)

El problema no siempre es la insensibilidad del editor ni el lector que se tapa los ojos. Los fragmentos que coloqué anteriormente son una muestra de lo que se publica diariamente en la prensa y reflejan algunos vicios del periodismo de la pobreza.

*Es lacrimógeno, intenta hacer llorar en vez de explicar el fenómeno.

*Victimiza a las personas pobres, las despoja de derechos, las describe como objetos sin voz propia para hablar de sus problemas y no como sujetos constructores de su propio destino.

*Las descripciones se basan en las carencias, en lo que los hace “diferentes” a nosotros. La conclusión final es: “pobres pobres”.

*La información se basa en declaraciones de “personas autorizadas” , como funcionarios, curas, monjas, trabajadoras sociales.

*Tiende a sacar conclusiones fáciles para explicar la noticia y reproduce prejuicios como pobre- víctima, sexoservidora- culpable, indígena-flojo, negro-delincuente.

*La noticia está plagada de estadísticas despojadas de sentido que no ayudan a entender.

*Es anecdótico, se basa en la tragedia de unos cuantos pero no la dimensiona como un fenómeno social que afecta a muchos.

*Vuelve héroes a personas externas que intentan “salvar” a la comunidad.

*Prefiere a pobres que son héroes solitarios en vez de colectivos organizados. Si un pobre se rebela, es pintoresco y hasta admirable. Si lo hace un colectivo, es tratado como un problema de seguridad nacional.

*Deja la impresión de que la pobreza es natural, que no tiene causa y tampoco solución. El discurso es inmovilizador.

* Culpabiliza a las personas pobres de su situación y no revela las estructuras injustas y las decisiones políticas y económicas que reproducen la miseria.

*Se queda en la mera denuncia y no le interesa la rendición de cuentas. Carece de seguimiento sistemático que provoque un cambio, un debate o una nueva ley.

*La información no se mete al terreno de la búsqueda de soluciones o de casos de éxito que alumbren caminos de solución.

NO ES DAR VOZ A SIN VOZ, ES RECONOCER SU DERECHO A LA EXPRESIÓN

Doña Neusi era una mulata delgada, de huesos duros y 84 años, a la que conocí en la villa miseria “Zero Horas”, donde las calles parecían laberintos llenos de perros salvajes.

“Yo no tengo un título de licenciada, sólo tengo bajo el brazo el título que me dio la vida porque conozco lo que es la miseria”, me dijo en su casa de madera: un pasillo sin adornos con un sillón, una mesa y una pared falsa que separaba otro ambiente donde tenía un colchón.

–¿Y qué es la miseria?—le pregunté.

–Miseria es cagar en una bolsa de plástico colocada dentro de una lata y luego tirar la bolsa por ahí, donde se pueda; miseria es que una rata muerda el chupón del biberón de tu bebé; es tener que ir a trabajar y dejar a tus hijos en la calle porque no hay guarderías –contestó como de memoria.

Su respuesta me pareció más significativa que las teorías de los organismos internacionales o las entidades de gobierno que califican el nivel de pobreza con base a un ingreso impuesto a rajatabla (uno o dos dólares al día, según quién mida) o al acceso a ciertos servicios.

A los gobiernos e instituciones les encanta sacar anualmente sus `rankings’ de la pobreza, en los que de pronto, e inexplicablemente, el municipio más pobre pasa al lugar 100 o desaparece de la lista.

Cada tanto tiempo un nuevo estudio anuncia que encontró el método perfecto para medir y que, ahora sí, los mexicanos sabremos dónde están los habitantes más olvidados y excluidos y de qué carecen.

El municipio que la ONU declara hoy el más pobre casi nunca coincide con el que anuncia el gobierno federal o el estatal o la academia, y entre todos se contradicen.

En octubre pasado el nuevo municipio más pobre de México era Cochoapa El Grande, Guerrero, y hasta allá corrió el gobernador del Estado y todo su gabinete para sesionar desde la recién nombrada capital de la miseria mexicana. Para febrero el cetro lo había recuperado Metlatónoc, el histórico sinónimo de la marginación y Cochoapa había sido enviado a la segunda división y ocupaba el lugar 101 de la lista.

En mayo el nuevo-nuevo municipio más pobre fue San Juan Cancuc, Chiapas, si se medía con la vara de la “pobreza alimentaria” . Aunque el otro nuevo-nuevo más pobre era vecino suyo y se llamaba San Martín Texmelucan, si se refería a “pobreza de patrimonio”, según la terminología que se inventó el gobierno.

San Martín Peras, de ser el segundo más necesitado, por un decreto burocrático dejó de figurar en el listado; como si milagrosamente hubiera remontado el lugar número 18 de entre los mexicanos con menos esperanza de vida.

Es absurdo. Los mexicanos estamos tan obsesionados en los `rankings’ de la miseria, que en todas las universidades que se precian de ser importantes hay especialistas en la materia que se autodenominan “pobretólogos” .

Los reporteros publicamos estudios que se contradicen con los de la semana anterior, y rara vez pisamos la calle para entender y explicar lo que es la pobreza, y qué implicaciones y rostro tiene.

EL ROSTRO DE LA MISERIA

¿Cómo se describe a una persona pobre? ¿Siempre desde su carencia?

El año pasado, en un taller de periodismo narrativo, el escritor Juan Villoro daba luces al respecto: “Los pobres tienen derecho a tener sus neurosis”. Así, indicaba que no hay que hacerlos héroes o víctimas, que lo mismo alguno es enojón, otro avaro, otro bonachón, otro simpático, otro dramático, y todos tienen derecho a tener un mal día.

POR UN PERIODISMO QUE BUSCA REBELARSE

Los retos para hacer un mejor periodismo social son muchos y requieren enfrentar estructuras.

Implica cambiar de mirada, ir a contracorriente de la propia educación clasista y llena de prejuicios, investigar mejor y más a fondo, introyectar otra narrativa y luchar contra la superficialidad de la mayoría de las empresa mediáticas.

No es fácil. Los estudiososo indican que los periodistas somos dados a tratar con hostilidad a la gente de clase baja y a mirar con admiración a los más ricos. Las facultades de periodismo carecen de materias sobre periodismo ciudadano y refuerzan el periodismo oficialista, dedicado a las élites.

He conocido a varios reporteros latinoamericanos que reivindicamos una nueva manera de hacer lo que llamamos “periodismo social” o “ciudadano” estamos ensayando maneras distintas de elaborar la información.

El periodista al que buscamos parecernos es aquel que intenta hacer una cobertura seria, que aborda temas estratégicos, que es consistente y terco en cuanto a seguimiento, que explica las causas y aborda soluciones, y que aporta elementos para la reflexión, mueve a la acción y provoca cambios sociales.

Nuestra intención no sólo es denunciar, también anunciar las maneras en que la realidad puede ser cambiada.

Escribir de la pobreza no es un asunto de buen corazón y bonita prosa, es de profesionalizació n y de método. Si no lo entendemos, seguiremos reforzando la idea de que la pobreza es natural y que la gente quiere leer notas de pobreza tipo Hollywood.