Palpar contracturas, reverberar horizontes: Entrevista con la periodista Jade Ramírez sobre seguridad digital en México

El pasado 2 de junio, el portal Genderit.org publicó una entrevista sobre la seguridad digital en México que realizó a Jade Ramírez Cuevas V., coordinadora del área de Libertad de Expresión de la Red de Periodistas de a Pie.

 Hace rato que sabemos, al menos hasta cierto punto, que lo que hacemos en internet -todos esos clics, plays, likes, tuits, posteos – está expuesto al panóptico fisgón y alimenta la hidra capitalista con datos jugosos. Llevamos rato picándole a aplicaciones “supuestamente más seguras”, logramos que algunas amigas se instalen otra cosa aparte del Whatsapp, compartimos notas sobre polémicos programas de vigilancia, nos asomamos a talleres, hasta nos suena ligeramente familiar eso de Tor… Y aun así pareciera que la seguridad digital es una tarea pendiente, una arena movediza plagada con estrías de tantos intentos intermitentes con aspiración a “salirse de”.

En vez de esbozar una genealogía o una nota de opinión sobre qué papel ha tomado este tema en México, propongo una entrevista con la elocuente reportera y radialista Jade Ramírez Cuevas Villanueva, amante de las palabras, empírica empedernida y autodidacta clavada con la que comparto trinchera de luchas. Las situaciones de riesgo, agresiones y amenazas de muerte por su trabajo periodístico en Jalisco (México) catalizaron su camino en la defensa de la libertad de expresión. Fue representante, durante tres años, de periodistas y defensores de derechos humanos ante el Mecanismo Federal de Protección, el que posteriormente denunció de manera pública como herramienta ineficaz y negligente. También es integrante del Consejo Directivo de la Red de Periodistas de a Pie

Me interesa saber su perspectiva, no sólo como periodista y activista, sino como aliada, como mujer y como madre. La entrevista es atisbo de encuentro, un pretexto privilegiado para des/re-entrañar y subrayar el gesto, lo que cotidianamente queda al margen, sin ser visto ni contado. No queremos moralejas ni coherencias sino colocarnos frente a la otra, espejearnos, palpar contracturas y tramas sutiles, saborear las palabras que quedan orbitando. Desde estas orillas podemos con-movernos en el vaivén de las mareas que, lejos de destantearnos, reverberan nuestros horizontes.

¿Cómo defines la «seguridad» y cómo ha ido mutando esa noción a lo largo de los años para ti?

La seguridad era un asunto resuelto para mí debido a que fui criada en completa libertad. Involuntariamente, creo, mi madre fomentó la libertad como eje en la vida para la toma de decisiones. En la juventud determiné quién quería ser y qué quería ser. Enfrenté todo tipo de situaciones aventureras y creativas, pero también dolorosas y sorpresivas.

La seguridad, durante mucho tiempo, la comprendí como un asunto que yo administraba. Sin embargo, hubo hechos personales que me recordaron que no dependía solo de mí: violencia doméstica, por ejemplo, con una pareja y después violencia psicológica y emocional. Esta última me sucedió en un ámbito paradójico: mi pareja era un hacker de academia, personaje altamente reconocido en el mundo del pensamiento sistematizado de las ciencias y particularmente promotor de la cibercultura. Él abrió una veta dentro de mi universo tecnológico que tenía medianamente dibujada: la cibercultura, el mundo vivido a través de sistemas y arquitecturas digitales. Me adentré en ello: aprendí asuntos técnicos interesantes, creativamente lideré innovadores proyectos, por ejemplo, los antecesores a mediana escala de Facebook o Myspace de promotoría cultural y bueno, la dinámica de vida cambió a otros lenguajes y formas de establecer vínculos a través de redes virtuales constructivas de cosas afines.

Pero la relación de átomos se quebró, comenzó la desconfianza y espionaje de mi pareja hacia mí y de mí hacia él; todo concluyó con un hackeo de nuestros universos íntimos. Desastre total. Venta de inseguridad para mí. Tuve que reconstruir después poco a poco la seguridad de mi persona en esos ámbitos y el establecimiento de relaciones sanas.

Al tiempo se presentaron los primeros ataques contra mi privacidad derivados de mi trabajo periodístico y ello me obligó, como mecanismo de autocuidado, a regresar a lo que había enterrado por la anterior relación y aprender nuevas técnicas y atajos como cuevas para proteger mi trabajo, mi vida e integridad como periodista y demás desdoblamientos de mi persona.

Hoy, para mí, lo que me causa sensación de seguridad es mantener un perfil público en redes sociales indescifrable. La parte íntima de mis relaciones afectivas significativas están desdibujadas, no hay rastro ni evidencia. En redes sociales no abandero ninguna causa específico, sino atemporalmente ciertas luchas. Dejo sin acuse los “linchamientos” públicos en internet: ese es mi método para no determinar tiempo de mi equilibrio personal. Conservo la seguridad íntima de mis emociones como capacidad frente a las vulnerabilidades morales. Resultar un enigma sobre gustos, apegos, me provoca libertad para expresarme.

El halo de misterio, el no-entender, la imposición “así es y punto” ha retardado la apropiación de estos beneficios porque no se entienden, son demasiados técnicos y engorrosos

Si bien la práctica implícita y explícita de desarrollar estrategias de cuidado en movimientos sociales en México es histórica (desde colectivos urbanos hasta comunidades en la sierra), en sí la lógica de capacitación para defensoras y defensores de DDHH y periodistas podríamos ubicarlo en un marco más contemporáneo. En este escenario tenemos organizaciones y fundaciones internacionales y nacionales, órganos gubernamentales (como el Mecanismo de Protección para Defensores y Periodistas), colectivos autónomos, etc. ¿Cuándo empezaste a conocer y tomar consciencia sobre estas estrategias de cuidados dentro de movimientos sociales? ¿Cómo ha sido tu experiencia?

Deriva de, precisamente, los hechos violentos que pusieron en riesgo mi vida. Las amenazas de muerte, los hostigamientos por correo, las llamadas telefónicas a números privados, el espionaje y seguimiento en calle, así como la intromisión a cuentas de correo electrónico. Todo esto, en un tiempo de cinco años, me llevó a tomar consciencia de los pasos de estrategia de guerra que en ese ámbito debía emprender. No hablo que de todo me pasó al mismo tiempo, no, ha sido progresivo. Las violencias fueron cambiando, pero los últimos acontecimientos estuvieron muy relacionados con la intromisión de correos.

Tomé mi primer curso en 2011, después cada año asistía a un taller. Realmente comprendí todo de paso a pasito, pero fui interiorizando la necesidad y oportunidad de crear otras relaciones desde eso. Por ejemplo, comencé a encriptar comunicaciones en 2012, medio a comprender por qué y cómo técnicamente. No solo para mis asuntos, sino para los asuntos de otros que yo debía observar. Entonces, se cruzó la emergencia del inicio de un sexenio decantado como violento y desesperanzador (2012) y entre las organizaciones civiles que me han arropado a lo largo de los años se asomaron nuevas formas de cuidado físico, psicológico, emocional, financiero, técnico y tecnológico.

¿Cuál es tu visión y relación con respecto a los abordajes sobre ese tema desde estos diferentes actores? ¿Podrías esbozar una genealogía (subjetiva)? ¿Qué tensiones emergen? ¿Cómo articulan las distintas esferas de la seguridad (integridad física, seguridad digital, etc.) y a qué niveles (individual, colectivo/grupal, familia)?

Es muy desordenada y por momentos diría hasta momentáneamente relacionada a una moda o emergencia. Por un lado, hay toda una caballería de organismos civiles que se adentran a las emergencias y producen metodologías para el entrenamiento y reflexión, pero al mismo tiempo, lo hacen alejados de las realidades del país y suponiendo que en otras latitudes está interiorizada la necesidad. Se volvió como la reconquista de grupos con necesidades por los espejitos de los especialistas que presuponen que “sabemos”.

El tema es que principalmente formo parte de una colectividad no reflexiva sobre su propio hacer (los periodistas) y me ha tocado llamar la atención para provocar interés en otros, a diferencia, a mi parecer, de las defensoras de derechos humanos que se esfuerzan para que sus pares suben peldaños al mismo ritmo.

Del Mecanismo de Protección solo puedo aportar que se trata de la falacia más trabajada por el gobierno mexicano. Es una falsedad su existencia. Lo que hace la política pública es administrar emergencias, re-victimizar, criminalizar y recabar datos de cada caso, y así elaborar sus mapas de espionaje y ecuaciones de información. A través de atender víctimas de riesgos por su labor como defensores y periodistas, obtiene cualquier cantidad de cruces y datos.

Con Periodistas de a Pie ha sido completamente diferente el proceso, porque ha tocado articular con pares temas en común. Ahí se cruzan algunas vecindades como con CEPAD o colectivos feministas que visualizan una incorporación e interiorización de tópicos de seguridad y protección en mí, que pongo en función de su realidad y termino compartiendo formas para que determinen sus acuerdos en el tema.

¿Qué papel han jugado las TICS (tecnologías de la Información y la Comunicación) en tu vida? ¿Cómo crees que se han insertado y transformado la práctica de las y los defensores de derechos humanos, periodistas y activistas en México?

Soy hija de la modernidad, de la lavadora y la licuadora, del horno de microondas. Desde luego, las tecnologías de la información me han moldeado como mujer en una sociedad hipercomunicada –técnicamente hablando- y han impactado en mis proyectos e ideas. Además, ser periodista radial me implicó trascender de lo análogo a lo digital aunque creativamente aún tengo afectos por lo análogo.

En el ámbito de las y los defensores de DDHH y periodistas, la presencia de las TICs ha llegado a ser hasta un acto radical en algunos casos. Proyectos autónomos y autogestivos como medios libres como Indymedia. En sí, las radios piratas han sido, más que un canal, una posición política de cómo intervenir. Eso desde lo básico de comunicación, hasta lo complejo de incidencia pública y articulación social como en casos como el YoSoy132 que se trata de un alumbramiento emergente desde la médula misma de lo táctil sino lo virtual.

¿Por qué empezaste a formarte en «seguridad digital»? ¿Cómo ha sido ese proceso? Obstáculos, ritmos, comunidades…

Por necesidad, como ya lo mencionaba, y practicar el autocuidado. Ha sido un proceso cansado y engorroso por momentos, confuso a veces, porque siempre hay quien llega y te dice que “Kik no funciona, que es Telegram lo seguro para codificar conversaciones, después que no, que es Whatsapp con su nuevo modelo de cifrado, y luego que Signal…”

En realidad tangiblemente el usuario no tiene cómo comparar y poner a prueba. Pero, en el camino sabes que un emporio compró a otro y las bases de datos no le pertenecen a alguien sino a quien paga por ellas. Con este bobo ejemplo describo que ha sido muy engorroso y complicado comprender que no hay finitos en esto sino innovaciones desde una perspectiva comercial hasta una posición política. Tengo mis comunidades para diferentes servicios y todas fluyen bien.

Muchas defensoras, periodistas, activistas, feministas en México son conscientes de que están en una situación particularmente vulnerable en tanto a su seguridad. Y muchas han estado en más de un taller de seguridad digital. Aun así, existe una gran dificultad en migrar a entornos más seguros. ¿Cuáles crees que son los talones de Aquiles de este proceso?

El halo de misterio, el no-entender, la imposición de “así es y punto” ha retardado la apropiación de estos beneficios sobre seguridad digital porque no se entienden, son demasiados técnicos y engorrosos. Hay poco planteamiento político del porqué cambiar pasos y maneras en el tema de seguridad digital.

El tiempo que debe dedicársele es un factor en contra para la velocidad con que pasan las cosas en nuestra región. La indisciplina para cuidar las formas también. Un sistema de prácticas éticas y de seguridad implica disciplina, particularidad no típica en estas tierras.

La seguridad digital tiende a ser enmarcada como una serie de habilidades que se adquieren reactivamente y de manera individual ante una amenaza real (una vez que ya hubo un ataque). Personalmente, me gusta resignificar la seguridad como una política de cuidados colectivos dentro del cultivo de comunidades libres. Se vuelve fundamental ampliar el marco de análisis y meter el dedo en la llaga del capitalismo.

Por increíble que parezca, siendo 2017, una feminista empleada en una ONG que da servicios de comunicación e investigación sobre la mujer, no cuenta con llaves para encriptar correos y manejar de manera segura sus comunicaciones institucionales sobre temas sensibles. Cualquiera diría ¡qué incongruente!, yo digo que qué sana y libre, qué nivel de confianza en sí misma. Admirable. En México no hemos tenido oportunidad de definir una posición política porque no es políticamente correcto tenerla, aunque debas respetar la de otros. El sistema político mexicano, encumbrado en una doctrina capitalista y neoliberal, no tiene espacio para las libertades tácitas, mucho menos para las exhaustivas, luego entonces difícil será visualizar la prevención antes que la reacción.

Somos hijos de la “buena ondez”, recibimos a los barbones de tez blanca con abrazos y miel, les dimos pelea muy tarde cuando ya embarcaban nuestro oro, fue hasta que hicieron polvo las deidades que reaccionamos; y así se repitió la historia una y otra vez. Así de tarde siempre llegamos a la pelea por las libertades privatizadas. Sin embargo, cada vez son más los sorprendidos que se enfilan en la lucha por libertades de todo tipo, incluidas las digitales. 

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