“Si se calla el cantor, calla la vida”
Horacio Guarany
Jade Ramírez Cuevas V.
@jadercv
Terminaron las movilizaciones escalonadas y protestas donde periodistas atendieron una convocatoria a que la indignación, por el asesinato de Miroslava Breach Valducea, más los acumulados en Tierra Caliente y Orizaba en el fatídico marzo 2017, no nos durara solo un fin de semana.
El tono, la creatividad, el grito y la originalidad como solidaridad de otras causas afines al periodismo y la libertad de expresión, fueron cambiantes, sensibles a la magia de cada grupo. Y sin proponérnoslo, los últimos estados en salir fueron Guerrero y Veracruz, líderes en violencia contra reporteros y trabajadores de los medios. Un cierre para recordarnos que pese al dolor, que pese a la sangre, que pese a quién le pese, seguimos ahí.
Claro, el miedo a ser reprimidos durante las manifestaciones estuvo presente: más de ocho patrullas de la Policía Federal vigilaron la protesta de reporteros afuera del hotel Parador Marqués en la autopista del Sol en Chilpancingo, y en Veracruz, determinaron solo estar en la Plaza Regina Martínez sin moverse, porque la orden de la Secretaría de Seguridad Pública es disuadir cualquier protesta a cualquier costo.
¿Ahora qué sigue? es lo que muchos se preguntan ante el omiso silencio de las autoridades a quienes por mandato les competen los asesinatos y agresiones contra periodistas.
Sigue, como ya se redactó hace unos meses en un espacio similar, ejercer el derecho a seguir siendo. A mantenerse como periodista con prácticas éticas y autocuidados, con indignación y rabia suficiente, pero también con articulaciones que alcancen a dilucidar por qué Miroslava, por qué así, qué información ha quedado suspendida, cuántas denuncias ciudadanas no serán reveladas y cuántos periodistas, incluso, se mantendrán en silencio un buen tiempo.
Sobre todo, reportear cómo el Estado mexicano es el único responsable de que sigan perpetrándose crímenes y acciones violentas contra la libertad de expresión que acuchillan la democracia.
Eventualmente la empresa –La Jornada- cubrirá el puesto que Miroslava tenía como corresponsal, pero el abordaje y tratamiento de los temas, sin duda, no será el mismo, no. El estilo periodístico de una trayectoria como la de ella, se forja en base a un aprendizaje personal, por lo que el vacío de una voz silenciada así, no se repara tan fácilmente.
Una comitiva que visitó Chihuahua en recientes días, conformó la Misión de Observación alrededor del caso. Entre conocer la posición de las autoridades locales, otras opiniones de reporteros y directivos de medios, así como la visión de organizaciones civiles, se tiene por delante una serie de hilos por jalar y tejer para comprender por qué en 2017, a pesar de un nuevo gobierno en Chihuahua, y tras ser ejemplo de docenas de intervenciones gubernamentales a manera de laboratorio para reducir la violencia en el país, se volvió a matar a una periodista.
De fondo, nada ha cambiado. Se reacomodaron cabecillas del crimen organizado –detonadas por la extradición El Chapo Guzmán-, pero la colusión de autoridades con los cárteles sigue intacta. El cierre de medios impresos y digitales no es casualidad, o no se debe solo a una deuda heredada del gobierno de César Duarte a Javier Corral, se trata como ya se ha señalado anteriormente en este espacio, de convenios y negocios a partir de publicidad oficial, instrumento regulador de información que termina modulando la libertad de expresión.
De la sorpresa e indignación al miedo, en medio va la sensación de seguir perdiendo. De tener que replegarse, de recibir del viento estridencia o peor aún solo silencio.
Temporalmente así será, pero en la Red de Periodistas de a Pie, intentaremos producir hasta reverberar el respetadísimo trabajo de periodistas de Chihuahua que nos ayudaron a entender lo que acontece en la Sierra Tarahumara, de cómo rarámuris defienden su territorio contra la tala clandestina, aeropuertos y gasoductos; de los gastos excesivos del ex gobernador, de los viajes relámpago que hizo a Nayarit o la desaparición de corporaciones policíacas enteras en municipios conurbados; de fosas, del secuestro, la esclavitud de migrantes y deportados, del etcétera que nos hizo estremecernos.
“Debe el canto ser luz sobre los campos, iluminando siempre a los de abajo”, escribió Horacio Guarany pensando no solo en los cantores, sino en la metáfora en que se han convertido las periodistas y los reporteros en el México doliente.
Y volverán a ser luz. Mientras, aún en su silencio forzado, no cesaremos en exigir justicia aunque haya que explicarles con palitos y manzanas, aunque debamos enfocar la reportería en un crimen que mató de varias formas al periodismo en Chihuahua.