Artículo invitado
por Mely Arellano
Si no hubiera sido por la respuesta indignada a los lamentables tweets de la Procuraduría de Justicia de la Ciudad de México sobre el feminicidio de Lesvy Berlín, con toda seguridad ningún medio habría caído en cuenta del error cometido al replicarlos.
La reflexión que llevó a condenar la criminalización de la víctima no es un ejercicio común en las redacciones ni en soliloquio periodístico.
Prueba de lo anterior es la cobertura común de esta clase de crímenes y sus titulares: «La mató por celos», «La mató porque estaba embarazada», «La mató por pedirle dinero», “La mató por andar con otro”, a ello se suman los detalles que suelen agregar en las notas sobre la vida privada de la víctima, incluso recurriendo a las redes sociales (como si ahí se encontrara la más absoluta verdad) violando el derecho a la privacidad y olvidando -o pasando por alto con toda intención- el interés periodístico.
La mayoría de los medios están abordando el grave problema nacional de la violencia de género y los feminicidios sin perspectiva de género e ignorando las leyes y el derecho. Su actuar -en el mejor de los casos- suele ser de “apaga fuegos”: luego de equivocarse, corrigen, pero no parece haber una estrategia reflexiva o de profesionalización editorial para evitar que se repita la re-victimización de mujeres y familias.
Y no se trata de no hablar del asunto, al contrario, hay que visibilizar no sólo los crímenes como tal, sino también las omisiones del Estado en las acciones preventivas que mandatan las leyes (general y estatales de acceso de las mujeres a una vida libre de violencia) como de los protocolos internacionales; en la Convención Belem do Pará, el deber de las autoridades en materia de medios, es “alentar a los medios de comunicación a elaborar directrices adecuadas de difusión que contribuyan a erradicar la violencia contra la mujer en todas sus formas y a realzar el respeto a la dignidad de la mujer”. Periodísticamente hay que dar seguimiento a los casos para evidenciar los errores procesales y la falta de acceso a la justicia.
La nuestra, se trata de una labor que facilite a la sociedad mexicana comprender los feminicidios, porque no es asunto fácil ni se reduce el problema a un término que define todos los asesinatos de mujeres, no: se trata de crímenes causados por el machismo, y el machismo nos atraviesa sin darnos cuenta, incluso, algunas de nuestras actitudes lo revelan; periodistas -varones- se sumaron a la campaña en redes #SiMeMatan cuando se trataba de relatos íntimos de mujeres en el supuesto de ser víctimas del machismo, una periodista cuestionó al papá de Yakiri (perseguida judicial porque en defensa propia mató al hombre que la violaba) cómo iba vestida ella el día que la atacaron sexualmente, o quien dejó pasar el titular del periódico La Jornada “En marcha por CU, mujeres apoyadas por hombres exigen justicia para Lesvy”.
Si como periodistas no sabemos reconocer dónde está el machismo en los ejemplos anteriores, colegas, estamos fallando. Y llevamos tanto tiempo fallando que resulta ingenuo sorprenderse por el rechazo que a veces encontramos en las coberturas reporteriles.
Por supuesto, ninguna agresión contra periodistas se justifica y habrá que señalarlo siempre, pero en mi opinión pecamos de arrogancia si queremos que las personas sepan quién es quién, quién hace qué o cómo lo hace y, sobre todo, nos agradezcan por el trabajo hecho. Si se dedican al periodismo esperando aplausos, erraron el camino o el medio.
Me parece que en la presión por cumplir con las cuotas laborales diarias olvidamos la importancia de detenernos un momento y tratar de comprender a quien está del otro lado, no para justificar, sino para explicarnos el accionar y reaccionar en consecuencia y contexto.
En un país donde lo urgente desplaza a lo importante, los retos para el periodismo son mayores. Hemos fallado y seguramente seguiremos fallando, pero en la medida en que podamos reconocerlo sucederá mucho menos y haremos nuestro trabajo con más respeto y ética.
Posdata
Hace unas semanas causó escándalo el caso de Marcelino Perelló, quien por hacer comentarios misóginos y machistas tuvo que salir de Radio UNAM y dejó de ser catedrático en esa casa de estudios.
Su salida de la radio es un ejemplo de cuando se privilegia los derechos de una mayoría, en este caso las mujeres y su derecho a una vida libre de violencia, sobre el posible derecho vulnerado de una persona, en este caso Perelló y su libertad de expresión, una libertad que atenta contra una sociedad que en teoría busca erradicar la violencia de género.
No es un ejemplo inédito, en 2016 el cantante Gerardo Ortiz tuvo que retirar el video de una de sus canciones donde hizo apología del delito y fue sujeto a un proceso judicial.