Publicado: 25.01.2017
Foto: The Washington Times
Daniela Pastrana @danielapastrana
En diciembre pasado, durante la Conferencia Latinoamericana de Periodismo de Investigación (Colpin) – la reunión de periodistas investigativos más importante de la región-, la Unesco organizó una charla entre una treintena de periodistas y Javier Darío Restrepo, el decano defensor de la ética en nuestra profesión.
Peculiar en su estilo, siempre lúcido, Restrepo comenzó con una anécdota: “estuve hace poco en una conferencia con una gran periodista al lado, y esta periodista nunca dejo de ver su tableta en toda la conferencia. Yo la veía y pensaba: ¿a qué vino?”. Y como imaginarán, todos los colegas que estaban en el desayuno cerraron sus teléfonos y sus tabletas y comenzaron a poner atención.
Entonces empezó una de las críticas más feroces y elegantes que haya escuchado al “periodismo de clics”, aquel que se ha impuesto en las redacciones de muchos medios en la era de la supertecnología y que por ganar la carrera de las primicias ha dejado de lado la verificación, que es lo que diferencia al periodismo profesional del periodismo ciudadano. Alguien en la charla comentó que en Estados Unidos hay medios, como el Washington Post, que tienen pantallas gigantes para ver qué es lo que está siendo “tendencia” entre las audiencias y sobre eso dirigir su agenda.
La respuesta de Javier Darío, premio de excelencia de la Fundación Gabriel García Márquez para un Nuevo Periodismo en Iberoamérica y padrino de la Red de Periodistas de a Pie, fue demoledora con la gran prensa estadunidense:
“La prensa creó a Donald Trump. Ellos (los periodistas) sacaron algo de la nada”, dijo. Y palabras más o menos, explicó: Trump era un comediante y empresario al que la prensa le puso los micrófonos y los amplificadores de un mensaje racista, xenófobo e intolerante que hizo eco en muchos sectores de la sociedad estadunidense. Ahora, es el hombre más poderoso del planeta.
¿Y por qué hicieron eso? ¿Por malos? ¿Por algún extraño sentimiento suicida? No… Lo hicieron simplemente porque la guerra también es un negocio mediático. O como lo dijo Javier Darío: “Porque el conflicto vende, y la paz no”.
La siguiente hora fue una discusión de lo que estamos haciendo mal en esta batalla por ganar likes y seguidores (y con resultados visibles: Brexit, el No del plebiscito en Colombia, entre otros): “Creamos audiencias superficiales, tontas y pasivas”. “A la realidad la estamos viendo por el lado fácil con esas notitas irrelevantes, no con la nota completa”. “El periodismo de clics no es un periodismo hecho para la inteligencia”.
Todo esto viene a cuenta de las protestas contra el presidente electo en los primeros días de su mandato, que hacen pensar en el dicho mexicano que dice que “después del niño ahogado, quieren tapar el pozo”. Y así es. Donald Trump no sólo ganó con las reglas de la democracia estadunidense, que tanto aplauden; a Trump, dice Javier Dario, la prensa lo sacó de la nada y lo hizo presidente.
Pero Estados Unidos es un país con una sociedad más consolidada en la cultura democrática, donde los periodistas que cubren la Casa Blanca le pueden mandar una carta en la que le advierten que él está en su derecho de decidir sus reglas en relación con los periodistas, pero ellos también: «al fin y al cabo es nuestro tiempo en antena y el espacio en nuestros periódicos lo que usted está buscando para influenciar”. Y donde Hollywood entero se suma a las protestas y una famosa actriz como Meryl Streep puede convertir su discurso en los Globos de Oro en una emotiva defensa del periodismo: “Necesitamos que la prensa con principios le pida cuentas al poder (…) “Cuando los poderosos usan su posición para matonear a otros, todos perdemos (…) Solo pido a la famosa y acaudalada prensa extranjera de Hollywood y a todos nosotros en nuestra comunidad que se unan a mí en mi respaldo al Comité para Proteger a los Periodistas. Porque los vamos a necesitar de ahora en adelante, y tendrán que ayudarnos a salvaguardar la verdad”.
Por desgracia, ese no es el caso de México, donde históricamente, la mayor parte de la prensa y el mundo de los espectáculos se han plegado al poder. ¿O alguien se puede imaginar a los directores de Excélsior, Milenio y Televisa permitiendo una carta similar de sus reporteros que cubren presidencia? ¿O a Carmen Salinas hilando un discurso como el de Meryl Streep? Es cierto que hay algunos actores críticos del gobierno, pero estamos muy lejos de una apasionada defensa del periodismo como la que hizo la actriz.
No, México tiene una cultura crítica mucho más limitada, y por lo mismo, es doblemente peligroso el afán de la prensa por los clics. Porque si en Estados Unidos esa perversión del periodismo pudo llevar a Trump a la presidencia aquí podríamos sorprendernos haciendo gobernador al papá de Rubí. Porque eso es lo que estamos provocando. No nos engañemos. Lo de los XV años de la joven no fue un “fenómeno social provocado por las redes sociales”, fue un fenómeno mediático, crecido y amplificado por la prensa. Porque en la red hay muchas cosas virales cada semana, pero no todas provocan tiempos diarios en televisión. Fue la prensa la que pidió entrevistas, no los usuarios de redes sociales, y la que reportó acríticamente cada nueva invitación y cada nueva acción de los gobernantes.
Lo mismo pasa con la secuencia informativa de la última semana: de las declaraciones del gobernador de Veracruz sobre las medicinas falsas a niños con cáncer, que se reprodujeron sin investigar a pesar de la gravedad del tema, pasamos a la sentencia de 315 años a uno de los detenidos por el multihomicidio de la colonia Narvarte con la que la Procuraduría de Justicia de la Ciudad de México pretende cerrar el caso, a pesar de que todavía no hay armas, no hay móvil, y no hay una explicación de cómo y qué pasó adentro del departamento. Pero hay estridencia y con eso cerramos nuestra cuota de venganza y la imposibilidad de llegar a la verdad, tan necesaria en esos tiempos.
Luego fue la matanza en la escuela de Monterrey y la difusión de un video que no sólo es ilegal (porque se violaron al menos dos leyes) y violatoria de los derechos de la infancia (porque los niños víctimas y victimarios tienen derecho a que no se conozca su identidad), sino que propagó la sicosis por todo el país. Sí, en lugar de aportar elementos para la comprensión de un problema real, que en este país hay niños, y no ESE NIÑO, sino muchos otros niños y niñas que matan gente, lo que provocó fue la respuesta siempre torpe e inoportuna de las autoridades de ponerse a revisar mochilas (en lugar de revisar los sentimientos de nuestros niños).
Y la balacera en la escuela de Monterrey borró la balacera en el antro de Playa del Carmen, y a su vez fue borrada por la extradición de Joaquín Guzmán Loera y la asunción de Donald Trump y la histórica marcha de mujeres. Y todo eso junto borró las protestas del gasolinazo.
En esa montaña rusa de sentimientos, en esa incomprensión, vale la pena detenernos y preguntarnos: ¿Qué queremos? ¿Una sociedad informada o una sociedad aturdida de impactos y clics? ¿Una sociedad que entienda y que asimile las causas y consecuencias de lo que nos pasa o una sociedad paralizada por el miedo? ¿Una sociedad activa, que fiscalice al poder, o una sociedad anestesiada y esculcando las mochilas de sus hijos?
Porque mientras todo eso ocurría, los familiares de personas desaparecidas se fueron a Sinaloa y a Tamaulipas y a Veracruz a continuar desenterrando huesos de miles de personas asesinadas. Y en Jalisco empezaron a tomar cursos de antropología forense para sumarse a las brigadas de búsqueda. Pero eso no fue, por supuesto, tendencia en Twitter, ni ocupó las portadas de los noticieros ni requirió coberturas especiales. Porque la discusión no es lo que informamos o no (todo sale en internet), sino cómo lo informamos.
Y todavía, muchos periodistas nos preguntamos por qué estamos como estamos. Y por qué gana Trump. Porque creamos audiencia superficiales, tontas y pasivas, dijo Javier Darío. Porque damos las noticias a medias, no la nota completa (la que explica, la que matiza, la que investiga, verifica y la que pone el contexto). Y tenía razón.
La buena noticia para muchos de nosotros también la dijo en esa charla: “Frente a tanto ruido incomprensible, los periodistas independientes estamos ante la gran oportunidad de demostrar que somos irremplazables para la sociedad”.