Artículo invitado
Publicado: 30.08.2017
Ilustración: revolución tres punto cero
Por Ángel Valdivieso
En Google, la frase “corrupción en México” ofrece 13 millones cien mil resultados en apenas 73 décimas de un segundo.
Una nueva búsqueda, “combate a la corrupción en México”, arroja 419 mil opciones de lectura en poco más de 75 décimas.
Algoritmos aparte, un ejercicio de memoria de cualquier mexicano nacido el siglo pasado culmina con una relación de apellidos vinculados a la corrupción desde la administración pública, la mayoría impunes por “hincarle el diente al presupuesto”, en lenguaje descarnado.
En algunos años ajustaremos el bicentenario de la proclamación e instauración de la República Mexicana, y con ello, doscientos años de legiones de diputados (estatales y federales) y senadores que han hecho del tema del combate a la corrupción la ficción más prolongada de la nación.
Tenemos leyes que inhiben (o al menos eso es lo deseado) y sancionan el abuso del poder, especialmente la malversación de recursos públicos, y pagamos por organismos fiscales e instituciones obligadas a vigilar que no se cometan delitos en torno al erario.
Reformas, iniciativas, leyes, reglamentos, manuales de operación, muchos filtros para detectar que no se haga negocio privado con el presupuesto, y la suma de todo es cero.
Villanueva, Díaz Serrano, Granier, el Duarte de Veracruz y el Duarte de Chihuahua, Borge, Durazo y Mendiguchía, et al, encontraron las rendijas (o las crearon) para ser la versión huachicolera del Palacio.
Dos siglos de intentos, y al final en la batalla contra la corrupción a los mexicanos siempre nos toca perder. No podía ser de otro modo: en México las fieras de la tentación están en jaulas de palitos.
El periodismo y la libertad de expresión queda comprometida al ser testigos de alguna anomalía y no contarla, no investigarla; incluso, ser parte de ella a través de incentivos y cooptación. Que tu nombre como reportero aparezca en la lista de algún dinosaurio político, es una forma de corrupción.
A propósito de casos como Odebrecht, ejercicios de transparencia en plataformas virtuales con investigación y reporteo, nos devuelven la sensación de que, si siempre nos toca perder, serán muchos los que se cuestionarán y como ejercicio de memoria, nada borrará lo que el periodismo exhibe.