Editorial: Nuestra jodida contradicción

En los últimos años, los periodistas mexicanos hemos asistido a la destrucción de un país con vocación alegre, solidaria, caótica y fiestero, que ha sido reducido a un país que cada día tiene menos motivos para la esperanza.

Publicado: 04.10.2017


Daniela Pastrana

@danielapastrana

En los últimos años, los periodistas mexicanos hemos asistido a la destrucción de un país con vocación alegre, solidaria, caótica y fiestero, que ha sido reducido a un país que cada día tiene menos motivos para la esperanza. Un país donde el valor de la vida y de la humanidad es inexistente, en el que el cáncer de la corrupción ha hecho metástasis y la impunidad es la marca de la máquina del derrumbe.

Muchos periodistas hemos sido testigos de esa destrucción. La hemos documentado, la hemos rastreado y la hemos contado de distintas maneras. Pero, como los locos del pueblo, lo hemos hecho solos, a veces acompañados de colegas de medios internacionales, de activistas y, sobre todo, de las víctimas, que nos han mostrado, una y otra vez, una fortaleza y una generosidad a prueba de todo.

Pero frente a una sociedad que cada día se inyecta su dosis de anestesia para no ver ni sentir el dolor; frente a un Estado criminal; a una élite política cínica y corrompida hasta los tuétanos; a una élite empresarial rapaz, y a los grandes medios de comunicación arrodillados ante los grupos de poder, decenas de periodistas hemos aprendido –no con poco esfuerzo- a acompañarnos unos a otros, a tejer redes, a crear nuestras propias plataformas, a caminar en equipo, sin jefes, sin medios, burlando recovecos en las redes sociales, grietas en algunas redacciones.

Hemos aprendido a ser más creativos. Más austeros. Más colaborativos. Más generosos. Más críticos. Más éticos. Más precisos. A dejar un trabajo seguro a cambio de conservar nuestra capacidad crítica. A convivir con el dolor y con el miedo. A llorar. A asimilar las pérdidas: aquel síndico que nos llevó al pueblo donde quemaron casas y que sacaron de su casa en la Navidad y ya no volvió; el señor que encaró al presidente y que mataron a unas cuadras del palacio de gobierno; el otro que nos llevó a ver las fosas y que mataron adentro de su taxi; la mujer que entrevistamos en la caravana; la aguerrida colega que nos contó de la corrupción del gobernador; la amiga de muchas batallas que ahora está desplazada; el hermano que ya tampoco está.

Por eso, el premio Gabriel García Márquez, que el pasado viernes 29 de septiembre fue otorgado al equipo de Pie de Página por la serie documental “Buscadores, en un país de desaparecidos” no es un premio cualquiera.

Buscadores cuenta 12 historias de ciudadanos mexicanos que, en el afán de encontrar a sus familiares desaparecidos, se transformaron en peritos, antropólogos forenses, gestores, abogados, investigadores, para asumir el trabajo que no hacen las autoridades. Es una serie de retratos que busca narrar, a partir de estas conversiones, la ausencia del Estado, pero también, la posibilidad de construir en medio de las ruinas.

Hacer este trabajo implicó retos que parecían insalvables, y también nos dejó enormes aprendizajes: Lo primero y más difícil fue ponernos de acuerdo, entre diferentes intereses, ideas y tiempos, porque varios de los realizadores son freelancers. Luego tuvimos que enfrentarnos a volver con las familias que hemos seguido, y sentirnos infames de meternos en sus cocinas y hacerlos llorar, otra vez, sabiendo que los dejamos con la herida abierta, pero que hay que contarlo para que no siga ocurriendo. Después fue la decisión de apostar por los videos cortos y sencillos (en una época boyante para los documentales), que pudieran verse por separado y con equipos que incluyeron a reporteros que nunca antes habían hecho video; conseguir los recursos mínimos y trabajar con la quinta parte del presupuesto que necesitábamos; definir las historias, recuperar el material de archivo, intercambiarlo, tutorearnos y tallerearnos.

Por eso, cuando el viernes anunciaron al ganador, todos lloramos. Porque, como dijo Daniela Rea en la ceremonia, es un premio que nos produce sentimientos encontrados: el de alegría, por el reconocimiento al trabajo al que le pusimos no solo todo el corazón, sino también todo el rigor profesional y todos los años de experiencia en la cobertura de víctimas. Y de dolor, porque es un trabajo que no hubiéramos querido hacer, que no debería existir, porque no debería haber desaparecidos, porque la gente en México y en el mundo tiene derecho a no ser desaparecida.

“Que jodida es esta contradicción”, dijo Daniela Rea, en nombre de todos.

Y sí. Este es un premio que reconoce, sobre todo, a las familias de desaparecidos en México, que son las protagonistas de estas historias de reconstrucción. Pero también es un premio que nos hace sentir que no estamos tan solos, que no somos los loquitos del pueblo, que alguien afuera ha escuchado el grito y nos ha tirado un salvavidas para no claudicar, para seguir trabajando y documentando esta época oscura de la historia de México.

Es un reconocimiento merecidísimo para el equipo realizador de Buscadores, que dejó el corazón y talento en cada parte del proyecto. Y para todo el equipo de Pie de Página, un portal que se diseñó como un refugio periodístico para publicar las historias que no podemos publicar en otros medios, que ha apostado por el trabajo de periodistas jóvenes y de muchas regiones del país. Y que, en dos años de existir, ha demostrado que se puede hacer periodismo profesional desde otra trinchera, con otro lenguaje, con otra mirada.

También es un reconocimiento para la Red de Periodistas de a Pie, que ha sido casa y fogata de muchos reporteros y fotógrafos. Y que durante 10 años, contra vientos y mareas, ha insistido en el trabajo colaborativo, en el acompañamiento, en las tutorías, en la profesionalización y en la suma y la suma de esfuerzos. Para todos los periodistas que, en la soledad, hemos seguido durante años las huellas de los desaparecidos. Para los periodistas que han peleado por ser independientes y críticos. Para Javier Valdez, Miroslava Breach, Rubén Espinosa, Regina Martínez, y todos los que han muerto o están desaparecidos. Y para los que están vivos y siguen trabajando aunque se les cayó la casa en Oaxaca, o en exilio físico y reporteril.

Por todo eso, este premio implica también una gran responsabilidad: la de seguir trabajando y hacer, cada día, un mejor periodismo, más profesional, más ético, más responsable, más útil, más humano. Y la de seguir defendiendo el derecho que tenemos de ser periodistas. Y seguir defendiendo esta profesión que elegimos, que amamos, y que nos llena de orgullo.

Muchas gracias a todos los que han depositado su confianza en el trabajo de la Red de Periodistas de a Pie. Gracias FNPI. Gracias a todos.

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